Eduardo, desde la posada de la soledad
pintaste la tristeza con colores vivos
que cubrían la muerte y la desolación
de nuestros indígenas.
Tus descomunales manos son la medida
de tu ancho corazón amante y preocupado.
Eduardo, irrumpiste con tu pincel
desnudando la oculta realidad del campesino
con cada trazo de tu espátula
esbozabas el dolor cobrizo de manos cansadas
de tiernas madres de oscuros ojos que abrazan
a desnutridos hijos de ojos oscuros.
Y está “el carbonero” de brazos de venas brotadas
de mirada perdida por el cansancio
la boca triste y el rictus extraño.
Y aún veo al hombre amarrado y desnudo
que ha recibido los latigazos
de enmascarados genocidas
de los dioses de la muerte y la oscuridad.
Eduardo, la mano de dios está desgarrada
la más descomunal de todas
muestra sus tendones rotos
desde donde brotan desolados esqueletos
y caballos asustados
acaso no es la mano de dios
son nuestras manos inactivas y muertas
porque el drama no ha terminado
porque somos la bestia y el ángel
el odio mortal de la bestia humana
y la ternura que estremece el alma.