Pudo ser un alarido atroz de fiera herida,
mas fue silencio de estepa entumecida.
Yacía el hijo, en esa injusta partida de los hijos.
Los que miran no pueden adentrarse
-aunque lo crean-
en el desolado quebranto de esa alma.
Aún la fe tiembla y se estremece por dolida
sin encontrar el nido que cobije
la ausencia y la distancia que se ha abierto
en ese adiós eterno.
Sólo el tiempo… tal vez… sólo el tiempo.
De mi libro “De poemas que morían”. 2017 ISBN 978-987-4004-38-3