La abuela ha partido.
Lo sé porque Dios ha puesto
las nubes más hermosas de alfombra
para darle la bienvenida en el cielo.
Lo sé por el canto de los grillos
por el vaivén al caer las hojas.
Por el viento que trae su voz
despidiéndose de aquel hombre
que la amó desde niño.
Lo sé por las estrellas que se alistan
por el otoño que ha venido
por la luna que sonríe y da luz
para iluminar su camino.
La abuela ya no está
sólo queda aquel sillón vacío,
la andadera en un rincón
su perfume favorito
sus lentes sobre el mueble
y en el silencio por siempre
su oración.
Ya no está, es cierto.
Y este dolor, aunque es enorme,
es un dolor en paz, y tranquilo.
Sé que ella está con Dios
aunque su recuerdo
siempre estará conmigo.
Siempre rezó por mí.
La ternura de sus ojos cuando me veía llegar
me recordaba la felicidad
que sentía cuando niño
y me daba un dulce
o un juguete
mientras sonreía, y me hacía un guiño.
Las fotos a su lado, partiendo mi pastel
o aquel diciembre
en que ella me vio llorar
y me abrazaba fuertemente
delante de aquella mujer
que ella perdonó antes que yo
y nunca preguntó por qué se fue.
La fruta picada al despertar,
el refresco en la comida
el dulce al terminar.
Extrañaré tanto su lento andar
de la habitación a la cocina.
Su “Dios que te bendiga”
antes de irse a acostar
y cada vez que de casa me salía.
Su sonrisa con mis bromas
su silbido al enfadarse
y aquel sonido al caminar
meciendo su mandil.
Extrañaré aquellos fines de semana
cada vez que se sentaba conmigo
y comíamos juntos golosinas
mientras mirábamos un partido.
La abuela ya no está
mis hermanos han venido
y la extrañan tanto como yo.
Sus aventuras con ella habrán tenido
la más pequeña y el mayor.
No sé como madre qué tal haya sido
pero como abuela fue la mejor
siempre a mi lado,
siempre sonriente,
consentidora, un poco sorda
pero siempre me escuchó.
Tantos recuerdos de mi infancia;
los domingos de misa
el paseo por el zócalo
los cachitos de lotería
o las idas al circo.
Las monedas que me daba
siempre a escondidas
para comprarme un dulce
o comer sus ricas gelatinas
que ella vendía en el mercado.
Las de durazno, eran mis favoritas.
La abuela ya no está
y tuve que dejar pasar los días
hacerme el fuerte
como ella lo hubiese querido
para que ahora al decirlo
las lágrimas me apresen
como cuando era chiquillo,
y corría tras de ella gritando:
¡Abue, Abue!
después de hacer alguna travesura
buscando su cobijo.
Es cierto, ahora lloro
pero ella no está aquí
para llorar conmigo, y decirme
“Dios sabe por qué”.
Y mientras yo sigo mi camino
ella estará con él.
La abuela ya no está
pero algún día la volveré a ver
y sonreirá y yo lloraré
¡Y ella sabrá que es de felicidad
y sacará de su mandil un dulce
y me lo dará
y yo comeré
y sonreiré como un niño
y tomará mi mano
y me llevará con ella!
mientras le pregunto;
¿A dónde iremos “Abue”?
Y ella sólo me mirará
y me dirá todo con un guiño.
La abuela ya no está
justo ahora que,
casi todos nos hemos reunido.
Parece casualidad
que ni en su cumpleaños
ni año nuevo
ni navidad
¡Tenía que ser un funeral!
pero, bueno…
en fin, la abuela ya no está.
Gracias familia, por haber venido.