Sufro, imagino y en soledad fundo
la postrera ilusión, solo un consuelo
donde perece el oscuro socavón profundo
de este calvario, no soy invisible en mi desvelo.
Primogénita de la falda de tu lomaje,
yace en mi piel la herida coagulada
expuesta al viento y a tu linaje,
el corte libera la roja angustia mutilada.
El espejo desata el rubor de mi cuerpo,
entre miserias se burlan los fugitivos gramos,
y sobre el tifón del lago el alimento zarpó,
en sacro rito el gramo en ánforas se derramó.
El santuario de mi alabastra y tenue imagen
atraviesa el bosque de ojos de las ninfas,
el rojo cabello acude a iluminar mi existencia virgen,
más soy el verso invisible del panal de abejas.
Cometo un error, olvido el fármaco desnudo
en tu cuarto limpio, tu solemne estatua rutila,
el umbral de tus sueños y anhelos sobre mi feudo,
soy invisible a tu escultor que tierna fé copila.
El intelectual gentil de blanca investidura
alza la copa con sílabas sonantes,
soy visible, la rima de anillos de cadenas puras,
nace la voz angustiosa de dolor donante
y vuela el raudal limpio de una edad pasada,
me siento viva, surge el trazo escrito débilmente,
más el reloj desgasta su afán en ilusión cegada,
finaliza el pórtico, soy rima invisible en consonante.
Rojo clamor, infierno silencioso de sangre joven,
mi libro de alma sencilla y noble, de aspecto amable
espera la llama de tu vela sobre el verso, sin el bendito amen,
la pupila se apaga, muere el resplandor de luna y aún soy invisible.