La siesta revoloteaba en su esplendor
mientras el descanso nos prendía
en un sopor reparador de lo vivido
en esa mañana de luz.
El boscaje festejaba su nuevo estío
en chispeante adhesión, igual que el viento
que en bailes lo agitaba.
El río era muchedumbre de gotas que
alborozadas corrían tras los gritos
de niños en dicha excelsa y sana,
rezo de duendes.
Aún estaba lejos el brillo de la estrella
y avanzaba sin quejas la tarde
siguiendo el rumbo del patriarca
desde el cielo.
No había espacio para lágrimas ni llantos
ni hojas llevadas por el viento
ni ambarinos ni ocres depreciaban
el verde en brillos.
Era un preludio de lo eterno,
no estaban ni dolores ni surcos en el rostro
mitigados por lo feliz… mientras de cerca
miraba… esa sonrisa!