Una carta en un cajón arrinconada,
es como una bicicleta vieja,
es una apagada queja,
un beso, una palabra ya olvidada.
La mano que al escribir,
de emoción temblaba,
a veces de alegría te reías,
a veces no sabías lo que hacías,
si de pena o de gozo lloraba.
Ahí están las cartas
sin destino,
como un tren en vía muerta,
como una casa sin puerta,
como alguien que no conoció
su sino.