Por qué me apasiona tanto la canción;
porque la música excita y la lírica descabeza.
Cuando la metáfora sonora infiltra la audición
como un tratado filosófico de la existencia,
se aglutina verso, sonido y colorismo intenso.
Dupla dorada de literatura y melodía,
doble revolución dentro y fuera del intelecto,
circulando por el físico y la imaginación apta.
Un himno exultante o una canción abrupta
representan sustancia y efervescencia.
La letra es un artefacto peligroso y burlón;
en su entente con la música robustece el alma,
sobreexcita emociones y activa vibraciones.
La canción por la voz humana, reverbera
y la mente queda aturdida ante tal bombazo.
Hay emoción mientras la expresividad fluye.
El significado oculto de cada lirismo
cuando su identidad transciende universal,
se dilucida más en la mente de cada oyente
que en la pulsión fantástica de su autor.
La repercusión de la canción solitaria
se da en su despegue hacia el receptor
quien ampara la melodía intrusiva.
Decodificar tanta trova contundente
inhibe aun al mayor oído rítmico musical.
El descanso musicalizado es saludable,
la sonoridad penetra mientras se reposa.
La cinta sonora de la vida seduce
a borbotones, chorreando armonías,
inundando la percepción en suave apogeo.
La canción nos sonríe y nos incita,
automáticamente se dispara sociable
y va a clavarse directo al cerebelo
que percibirá ese fonograma punzante.
Esto es sensualidad sónica revitalizadora.