No puedo dejar de recordarte
Querido François.
Asisto estupefacto a la visión del abismo que se abre bajo mis zapatos.
Asisto al apasionado rugido de la calmada fiera que habita en mi España.
Asisto a una ópera bufa cimentada sobre un libreto que se derrama por
los extremos de la piel de toro, que bufa de desconsuelo.
Asisto a la alborada de un odio fraternal sedado bajo la adormidera del
perdón de conveniencia, de la costura en falso de heridas milenarias.
Necesitamos tu acerada palabra que prorrumpa como fanfarria justiciera.
Necesitamos tu ejemplo, tu verbo frondoso borbotar por las ventanas, por
los portones que encierran la intransigencia, tu lucidez y constancia para
derrotar al dragón mitológico que reina en mi tierra.
Que se ha despertado para dictar su ley.