El porvenir ignorarlo,
prefiero no conocerlo,
para más gozar su hallazgo.
Si conozco mis entrañas puedo adivinar, y hasta conocer
con aproximada exactitud, las entrañas del prójimo.
Partiendo de esta premisa puedo afirmar que andando el
deterioro rugoso que los años nos granjean, la satisfacción
del descubrimiento se hace cada vez mayor.
Quiero decir, no sé si me explico, que el sentido de la vida se
va cifrando, o circunscribiendo, al aliciente de lo nuevo, de lo
fresco o inédito, porque la historia que nos pesa sobre los
hombros va ganando tal gravedad que apenas se le escapan
vivencias, percances y experiencias que se puedan calificar de
inéditas , es decir, que van abarcando el entero espectro de lo
posible.
Que os hable de este tema viene a que, siendo el camino
recorrido ya largo y rodeado de un frondoso soto, me seduce
y me hace sonreír con más pata de gallo con el paso de los días,
toparme con sucesos nuevos, o novedosos, por muy pequeños
que puedan parecer a bote pronto.
Me atrevería a afirmar que lo referido es debido a que a medida
que nos acercamos a la muerte, y a partir de cierta edad, en que
tomamos conciencia de lo andado, vamos asumiendo que nos
resta escaso tiempo para abandonar la fiesta, para medianoche,
para volver a ser cenicientos mortales.
Posdata:
A todo el mamotreto que he desembuchado añadiría el riesgo a
que nos pase lo que a la mujer de Lot.