Quien dice que la lengua del amor
lleva por nombre poesía,
es aquel que no ha sentido el dolor,
quien es ausente de toda cobardía.
Se habla del idioma de los amantes,
que entre susurros y balcones
recitan al amor sus canciones;
a la noche oscurecida,
iluminada entre destellos de diamantes.
¿No es la poesía realmente
el grito desesperado de las pasiones?;
el silencio que tímidamente,
convierte al amor y a la locura en adicciones.
Insolente quien se atreve a burlarse
de aquel que tiene por lengua los versos.
Ignorante quien llega a mofarse
de quienes con tinta y papel entregan sus besos.
Qué mejor desprendimiento
que el que él comete,
cuando sin previo consentimiento,
ambos separan sus manos, aún cuando su pecho
continua ardiente.
Recuerda su estrofa escrita
justo para esa agonizante partida,
en donde el sonido de los trenes,
se funden con su corazón en inminente caída.
Así entiende el significa de poesía,
vista como la pasión de los amorosos,
de los tímidos guarida,
o la letra tajante de finales dolorosos.
Se ríe cuando recitando sus rimas
sobre rayos que hacen nacer nuevos días,
escucha a lo lejos elogios y ovaciones.
¡Pobre gente que cree que él busca aclamaciones!
El grita sus versos a la lejanía,
al tren que conduce al amor de su vida;
el tren que lo ha dejado roto a la deriva.
Qué difícil resulta ahora declamar palabras dejando heridas.
Así se refugia en la poesía,
que seca el agua en sus pupilas,
le recuerda el día que en su interior llovía,
y cómo cada letra repetida
hizo de la tormenta aguas tiernas y tranquilas.