En el sangrante ocaso de aquel día,
En aquel cielo herido contemplé
La imagen del altar donde encontré,
Del triste sacrificio, la agonía;
Manto rojo voraz se entrometía,
Bella alfombra de flores que miré,
Un manto de carmín, ya luego fue,
Induciendo a una gran melancolía;
De pronto en un espejo se mostró
La marca de mi faz en el altar;
El que estaba muriendo y que murió,
No era otro, eso pude comprobar:
Ese sacrificado ahí, era yo,
Y su enorme delito fue el de amar…