andrea barbaranelli

Antes del alba

Todos los pájaros de la noche, plumaje arropado,

cortejo de asombro, furia y niebla,

vuelo espeso de ojos encima de las azoteas

hasta donde trepan ramificándose los desperdicios.

 

Todos los pájaros y el miedo de la ciudad nocturna

agazapada atrás de las ventanas cerradas,

la pesada racha de terror que apaga las lámparas

y el niño insomne en la navegación de su cuarto.

 

Ya no hay tiempo, no. No hay tiempo para que nos despertemos

en una sorpresiva eternidad en retroceso.

Ya ni muebla el pasado la casa vacía

ni es posible orientarse en el laberinto de la brújula.

 

El hombre que bajó de la torre

antes de que la escalera se agrietara como una dentadura,

es ahora un cuerpo sobre el andén,

un bulto que los pies de los transeúntes empujan

hacia el borde lamido por la corriente

del río infernal de peces sin ojos.

 

Como los seres que son solamente el sonido

de las palabras que los nombran, y no tienen

referencia a otra realidad que no sea la palabra:

el círculo cuadrado de Espinoza

que no podemos imaginar ni entender,

o el vasto mundo de los seres imaginarios

o de los lugares que no están en los mapas

de nuestro mundo y nunca estuvieron,

así es Dios, que solo vive en el lenguaje del hombre,

o el propio hombre es el lenguaje de Dios.

 

Ni un sonido proviene del paisaje en espera.

El ojo en que se agota su existencia.

La milimétrica puntualidad del ala del pájaro.

La noche que empuja hacia adentro los gritos

frenando su explosión hasta el amanecer.

 

Ya no hay tiempo. No. El sueño se funde en lluvia,

se hunde en intrincados sótanos,

en galerías que conectan la geografía del planeta,

en enredados túneles donde pugna la sangre.

 

La eternidad es el color de la noche

en el instante preciso del amanecer,

el color del paisaje cuando se revela

bajo la luz avanzando.

 

Ya no queda tiempo para que se detenga

el repetido goteo de la lluvia, el amargo relámpago

que encandila las fachadas, el amargo

sabor a existencia sorprendida.

 

Dura y dura y dura y sin descanso es de noche

en las calles empinadas por donde escurre la lluvia:

el brillo de los vidrios y el húmedo sueño,

el ala del pájaro nocturno, el coloquio cortado

antes de que amanezca, la lluvia que cae.