El Ser
Las apabullantes bocinas cumplieron la misión de despertarme y me devolvieron de ese sueño despierto que había durado algunos meses o tal vez algunos años. Me vi a mi mismo desde las alturas del mástil, con mi cara que escondía preocupaciones y sueños, mi sombrero que serbia de amuleto y mis gafas que intentaban cubrir mi cobarde mirado de esperanzas.
Me apoye sobre la baranda y encendí un cigarrillo, no sabía cómo había llegado hasta ahí, todo era extraño y lo único que me dio una tenue explicación fue el billete de embarcación que encontré en mi bolsillo mientras buscaba e encendedor.
37’’ 12’’ indicaba que era el lugar de destino y 13.50 la hora de llegada, mi reloj de pulsera decía, con sus agujas delirantes, que eran las 12.17. Decidí ir a ver mi camarote y esperar explicaciones de alguien – aunque no sabía de quien. La oscuridad de los pasillos que me separaban de mi camarote me hicieron sentir un frio que calo hasta lo más profundo de mis huesos. Que iluso no traje valijas ni equipajes, moriré de frio, en la habitación debería haber un abrigo, apure mi paso que hasta entonces era sereno a pesar del frio.
Con paredes desgastadas por el suave y constante trabajado de la humedad y la pequeña ventana que dejaba penetras unos pocos rayos de luz, me sentí como en casa. La cama era pequeña y estaba sostenida sobre dos vigas a la pared, que parecían sufrir el peso del catre. Que más remedio que intentar dormir, me descalce y recosté mis piernas sobre la cama y apoye la espalda contra la pared. No estaba tranquilo pero tampoco nervioso, me encontraba en esos limbos del bien estar que no llegan a ser completos por alguna extraña razón.
Casi sin darme cuenta caí preso del sueño, ni qué hora eran, cuando cuando me dormí, pero antes de las 13.50 seguro porque no escuche las bocinas que anuncian el momento de zarpar. Inmerso en los sueños y pesadillas más diversas transite esa tarde, vi imágenes diabólicas y bellísimas como un ojo regalando lagrimas sobre una copa de vino que a medio llenar sufría por cada gota derramada, anduve desnudos por los desiertos más profundos del África con solo la compañía de un perro, bebí de un caldero burbujeante con tres extraños que solo me miraban, sin decir una palabra, sin reír y sin protestar. El hambre me arranco de esos sueños, eran las 02 y solo me desperté cansado y hambriento.
Un paseo por cubierta y el aire de mar me devolvieron la compostura de rostro entumecido por el sueño. Todavía seguía esperando la llegada de ese alguien que me de una explicación. Me senté contra el borde y moví mis piernas por el vacio, mire la luna y recordé estos versos en voz alta:
`` Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: La noche esta estrellada y titilan, azules, los astros, a lo lejos.
El viento de la noche gira y canta.
Puedo escribir los versos mas tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso’’
Al terminar el recitado que se lo dedique a las olas que rompen contra el barco me sentí en paz. A lo lejos y por mis espaldas escuche pasos, no me di vuelta aunque me sorprendió porque eran los primeros rasgos humanos, fuera de los míos, que escuchaba en este viaje.
Espere solemne y sin darme vuelta hasta que una mano se apoyo en mi hombro y una voz sonora dijo –Disculpe señor, llegamos a destino. Me incorpore con cara de no entender nada, mire a mis alrededores y solo veía agua y solo escuchaba agua, gire la cabeza formando un circulo, que comenzaba en la nada y terminaba en el rostro de mi mensajero que era un hombre joven, vestido con un inconfundible uniforme de marinero y un rostro en el que se reflejaba todo el mundo en el, toda la sociedad y su peso estaba cargado en esos ojos, esa boca y esa horrible nariz. –Acompáñeme por aquí señor- continuo su discurso que agudizado con un ademán indicandome el camino.
Sin más remedio que subordinar me a sus pedidos, camine por los pasillos del costado de la embarcación que adornados con sus ventanas circulares dejaban translucir una postal inolvidable, intente ver por las ventanas algún otro tripulante, fue en vano, estaba solo. El final del camino era una escalera que descendía hasta un pequeño botecito de emergencia, mire los ojos de mi acompañante y el respondió a mi mirada con un gesto de indiferencia.
Despacio y tranquilas las olas golpeaban la pequeña embarcación en la que me encontraba inmerso. A lo lejos el barco se alejaba hasta desaparecer bajo la luna. Agache mi cabeza y comprendí todo: era el momento y la hora indicada, solo estaba yo y mis sentimientos, solo era la noche y mil estrellas, solo era yo y yo. Lance un suspiro medio de satisfacción y medio de resignación, levante la cabeza y comencé a remar.