Es tu insondable soledad tan sola
y tu silencio tan extenso, San Clemente.
Sólo a veces lo rompen las palomas cuando vuelan,
los galopes cortos de caballos que retozan
o los teros en su histérico alboroto.
También bondadoso me acompaña
en forma imperceptible, sigilosa y queda,
el porfiado rumor de agua del cercano río
o el viento tenaz entre los árboles.
Hay calandrias y zorzales renegridos
con sus juegos, más allá del alambrado...
Y hay perfumes a hierbas de los campos
que resisten estoicas el invierno.
Pero... cómo ansío la perfecta compañía...
Y no porque en mi soledad no aprecie
el encanto de tu sierra y sus presentes.
Es que me sale obstinado desde adentro
este impulso generoso y exultante
de compartir del alma, lo que vive y lo que siente.
Pausadamente crecen, en el tiempo indefinido,
urgencias cotidianas de voces, de abrazos y miradas
que necesitan mis agobios y mis penas.
De mi libro “Soles y de escarchas“. 2004 ISBN 987-9415-17-5