Alberto Escobar

Y lllegó...

 

 

 

Volví a mi infancia como de costumbre.
Traspuse el umbral de muérdago y suerte.
Por si algún invisible mal augurio sobrevolaba
la sensación de felicidad enlatada, me dispuse,
no de buen grado, a cumplir con la superstición.
Mi madre cocinaba el pavo de la Concordia cuando
me acerqué a inyectarle mi amor en jeringuilla de
labios fruncidos y salivosos.

Al volverle la espalda para adentrarme en mis 
recuerdos recibo un mazazo envuelto en notas
de música siniestra.

¡¡Hijo mío. Te deseo lo mejor. Te espero allá arriba.

Pronto nos veremos!!