Sosteniendo su muerte con las manos
se toca la frente,
el huesudo insiste en llevarla,
ella, con amargura de su alma
grita a los oídos de la muerte
asustándola hasta hacerla bandear el río.
El grupo que la acompaña se asusta,
al verla mover sus manos
un niño grita en la pestilente sombra.
A lo lejos una jauría de perros
aulla para asustar más al carnicero de la vida
La muerte no se atreve volver,
mira de reojo cobardemente,
aprieta sus labios de cólera,
su temor es la vida palpitante.
La mujer, del ataúd se baja,
se la carga en hombros…
la gente corre trastornada
cayendo y levantando, con desmayos.
Toma su lugar en la cocina
y atiende a los hambrientos de velorio.
Ha vuelto a tener hijos: quintillizos,
no se quiere ir de este mundo.