He besado tu voz en el eco del silencio que me habita,
acaricie tu espalda en la esquina del recuerdo de tu abrazo.
He visto desteñirse el tiempo escurriéndose
entre hojas olvidadas de un otoño preñado de lloviznas
y entre el gris de las lágrimas desnudar el olvido
para enterrar de una vez y para siempre
las cenizas que aún perduran de este amor de hojalata.
Nada turba la impertinente letanía de “te amo” que escapan sin nombrarte
y los besos se suicidan en mis labios sorbiendo gota a gota
el metálico sabor de la sangre del adiós.
La mortaja de este amor cubre los abrazos compartidos a destajo,
que hoy desmembrados fríos e inertes
reposan como estériles palomas sin nido, sin hogar.
Tus pasos de hombre sin rostro, trastabillan borrachos
al borde del abismo desquiciado de mi cuerpo,
que amenaza retenerte un poco más
perdurando el deseo huracanado del ayer.
Lista la sepultura preparo el ritual,
persigno el cadáver de recuerdos,
te dejo ir entre soplos de agonía
y una corona de espinas celebra el cortejo de esta despedida.
Excomulgo tu cuerpo, vomito un adiós de destierro
y empinando la copa de la vida me echo a andar.