Graznar de salvajes gansos, el chirrionear de un grillo
la nariz huele, huele inquieta a fragancia de zorrillo
acaricia la piel una sombra, regalo de ausente luna
y la noche se comporta fría, tétrica... estando bruna.
Una piedra poma se ofrece de suave almohada
y el camino el custodio, del andar, de la pisada
improvisado lecho tiende, sobre la mojada grama,
de cansancio, su laso cuerpo descansar le reclama.
A lo lejos cree ver rasantes, bajitas ve las estrellas
¡No son estrellas!, es el reflejo de las luces del poblado
que abandonó por el infortunio vil de sus querellas,
fue al bosque, esperando que su actuar fuese olvidado.
La aurora hiere y asesina lo que fue la noche oscura
desnuda al forajido que duerme empapado de rocío,
a quien la piel le tirita, tiembla por el empecinado frío,
el agobio le tortura, pues la estancia ha sido dura.
Hastiado vuelve, la aldea lo recibe y de perdón es su ruego
y hospitalaria le brinda alimento, cama y cordial sosiego;
nadie reprocha ya sus vilezas, todo queda en el pasado,
oportunidad de congraciarse... al forajido se ha brindado.