La besé cegado por la imaginación. No me encontraba en esta tierra sino en uno de esos mundos.
Al separarnos reaccioné y ella volteó a verme emocionada con lágrimas en los ojos. Era, en sus propias palabras, el más dulce y amoroso beso que nadie le había dado jamás.
Fue muy insensato de mi parte, pero juro que no lo hice conscientemente ni con mala intención.
Quise disculparme, pero no tuve corazón, ni valor y en la culpa agaché la cabeza y también se humedecieron mis ojos, pues no pude verla a la cara y decirle que ese beso no era para ella.