Un ulular de estridentes sirenas
despierta al alba la fabril jornada:
ocupa la ciudad, desocupada,
un estruendo de obreros sin colmenas.
Van de las alegrías a las penas
por el sol caminando y la nevada,
soñolienta la cara y estragada,
a tratar con el yunque y las cadenas.
Adversarios del hambre, su destino,
de la opulenta nada y del derroche,
subsisten, resignadamente píos,
celosos, del mandato aquél divino…,
y a la cama confían y a la noche
miembros entumecidos y sombríos.
Deogracias González