Porfirio Tárrega

Inevitablemente

Pasé la tarde recorriendo la orilla del mar y el crepúsculo me mostró impresionantes colores y contrastes que desfilaron atentos, entre nubes que se resistían a dar paso a la noche.

 

Así llegó tu recuerdo, sin motivo y con la misma intensidad con que las olas intentaban alcanzar el malecón.

 

Quise disculparme con Dios, porque sentí haber despreciado este magnífico regalo. Era obvio el esmero, con el que ese bello escenario había sido elaborado, pero sin dudar, lo habría cambiado por escucharte un momento.

 

Me sentí mal, no por desear escuchar alguna de tus anécdotas o alguna de tus ideas, sino porque de nuevo sentí el impulso de hablar en silencio para ti.

 

Parecía simple, pero esto significaba que en mi insolencia, habría de llevarte de nuevo vívida en mi mente y sin derecho alguno hasta este lejano lugar. Tarde me he dado cuenta de que no puedo controlarlo y es el único aliciente que me queda.

 

Podrás estar lejos y podrán pasar días, meses y años sin que sepa nada de ti. Tal vez, hasta llegue el momento en que no vuelva a saber absolutamente nada y sin embargo, así como el sol surge en cada mañana, habrá siempre momentos en mi vida en que te evocaré inevitablemente.