La tarde era triste, los pies cansados, se apuraban a casa,
Los ojos estaban agotados, de tanto hambre y miseria que los rodeaban,
El alma lloraba, se desgarraba con tanta necesidad y tanta desidia,
Y el corazón, contrito, solamente atinaba a guardar silencio,
En lo más profundo de su cueva, en vergüenza ajena,
Queriendo sólo olvidar, solamente olvidar, y nada más.
Dime Dios, Tú que todo lo sabes, por qué ha de ser así?
Por qué hay tanto sufrimiento para estas pobres almas
Cuyo único gran error fue el nacer en esta tierra olvidada?
Sólamente una respuesta es la que quiero, y me daré por satisfecho
Y no preguntaré más... Pero, dime que de malo ellos han hecho?
El silencio de las sombras que se ciñen sobre la pradera solitaria
Es roto por una inocente y sonora carcajada. Es una niña pequeña
Que sostiene de la mano a sus hermanos, y que, a través de una ventana
Me regala una sonrisa con su mirada, de esas llenas de ternura
E infinita inocencia, que solamente se encuentra una vez en la vida.
«Señor, tiene la chompa enrevesada» Es lo que le ha causado gracia
Y el desencadenante de sus risas traviesas. Y su risa me contagia
Y hace que por ese instante infinito olvide todas las desgracias humanas.
Y que la noche que se apodera del mundo, sea acompañada
De una alegre sinfonía de estrellas brillantes y mágicas...
No hay justicia en la pobreza, ni heroísmo en superarla.
Pero la vida está llena de pequeñas cosas, deliciosas y tiernas,
Que hacen que valga la pena vivir sin perder la esperanza
Que siempre habrá un lugar donde se regocije el alma.
Nunca olvidaré esa mirada, que me devolvió la fe en la humanidad
Que me regaló esperanza, y un instante de sincera felicidad,
Que me dió ese aliento necesario para seguir la ruta tomada
Y me dió la plena certeza de que siempre habrá un mejor mañana...