El dolor del silencio se escucha en el pecho.
Y el vacío dejado no es posible ocupar.
Lentamente iniciaste un camino en tu lecho.
Y una noche en el sueño encontraste lugar.
Tus ojos no abriste, ni miraste los rostros
que en parte reflejan tus rasgos y modos.
Dejaste de lado tu dolor y el de otros,
se enfrió tu cuerpo y se enfrió el de todos.
Hace veinte años se abrieron los cielos
y el mismo Señor te recibió en su seno
para que gozaras descanso y consuelos
como se merece el que ha sido tan bueno.
Hace veinte años cerraste tus ojos,
me diste aquel beso de adiós permanente,
te entregaste entera sin miedo ni antojos,
y quedó en mi pecho el dolor ardiente.