Es duro estar de pie toda la vida,
las manos sobre el sexo, poseídos
de esa complejidad que únicamente nos conduce al absurdo,
día a día fingiendo ser humanos
y hartos de ser estatua,
es duro estar de pie y que no haya nada en que afirmarte los hombros,
nadie en quien apoyarte,
nadie
con quien tener un hijo o que en invierno
te remita una carta.
Y es terrible tenerte que poner cada mañana los ojos
para verte más viejo,
para ver cómo pasan delante de tu puerta fantasmas y oraciones
invitándote a vísperas,
y tú quieto, de pié, sin decidirte
en que trozo del cuerpo clavarte una medalla
o en qué esquina del mundo caerte muerto.
Si al menos te dejaran mover para apartarte las moscas
y ser un rato tú,
si te dejaran
coger algún tranvía con un destino incierto aunque tuvieras
que aguantar otros dioses,
sufrir las mismas dudas, o si acaso
te cambiaran los nombres de las calles y te dieran
modernos analgésicos…,
más no,
confórmate pensando que no hay fórmulas mágicas
que reduzcan a nada el infinito,
resígnate y recuerda por ejemplo
que puedes presumir de que a ti nadie te ha roto las costillas,
de que aún llevas camisa y hay quien sigue
desvistiéndose a oscuras.