Uno brega estar de pie, soportando
el peso de la inmensa y pesarosa
roca, sin embargo, no hay forma
de huir al mármol desalentado.
Los años pasan y solo se puede
tomar más lágrimas o más fuerzas,
mientras, en pena, a las estrellas
rogarles. Así ha sido desde
el comienzo de las nebulosas;
son las estrellas las que nuestro llanto
escuchan, mas fueron los mismos astros
quienes trajeron el llanto en otras
épocas. Es la tristeza lo eterno
que mora en el cosmos y en nuestra alma
condenada en gritos a la oscura alba,
donde germinan los dolores, esos
demonios crueles que nos atormentan
en cada noche creadora de angustias,
que nuestra serenidad agobia,
implorando una dicha que espera
en las utopías, pues aunque exista
la paz y felicidad, estas siempre
con el ocaso se van, sin que esperen
a que logre percatar su presencia.
Sin importar los abrazos y besos,
serán las lágrimas las que caerán
al final, y así, se marchitarán
nuestras dichas, sueños y deseos.
Serán más las risas que los sollozos,
pero son estos los que más intensos
se materializan; más que besos
fervientes, oh más intensos que todo.
La sombría tristeza es inevitable,
oh, ya que detrás de cada sonrisa,
se halla aguardando una lágrima tímida,
recordando la pena inexorable.