Me predispuse con fervor,
a amarte fervorosamente,
despojándome, sin dudarlo,
de la piel hasta exponerme
a las inclemencias fatales
de tu indiferencia perenne.
Llegaste a mí arrebatadora,
con la vitalidad inconsciente
de la ola que va erosionando
acantilados con sus leves
caricias y sus rudos besos.
Decidí, excesivamente,
arroparte en exceso, tanto
fue así que me vi a la intemperie;
a merced de tu ingenuidad
insensible y me di de frente
con la impotente realidad.
Las noches que te abracé fuerte
fingiste vibrar en mis brazos
mientras permanecías ausente,
interpretando victimismo
en escenarios de intereses
promulgados por el egoismo
que todo lo engulle sin dientes.
Prodigiosa actriz principal.
Cuando conseguí desprenderme
de la venda que me cegaba
ya era tarde, pues en tu vientre
portabas mi rosa... y lo peor
estaba por venir, torrente
que habría de arrastrar mi ilusión.
Herida enquistada en mi mente,
flagelando sin compasión
este corazón penitente,
sumiéndolo en la oscuridad;
inerte en vida y ajado en muerte.
Desconsiderada paloma,
me desviví por ofrecerte
mi nido, mi fuente y mi día,
y ardí en tu frialdad candente
de falsas promesas superfluas,
sembrando en mí el áspero germen
del desprecio hasta encallecer
mi calma, sinrazón rebelde
fuiste dejando tras tus pasos,
como los vientos de poniente
que soplan arrastrando sueños
y los diluyen para siempre.
Pasado el tiempo y el dolor
sé que fue un placer conocerte,
pues me enseñaste una lección
magistral, y es que se aprende
más de una certera desgracia
qué de mil vivencias alegres.