Regreso a mi sitio con tu nombre
pisándome los talones.
Son húmedas verdades que yo
ya sabía.
Abrí la puerta y las sílabas
de tu nombre se espesaban
de tal forma que estabas tan presente
que el extenso y corto verano de mi sexo
se volvió agudo sentido y necesidad de abrazarte.
Tu nombre se nombraba en cada momento.
Fui sacerdote de sacrificios imposibles.
No tengo los altares que provocan
las llanuras de tu piel
ni tampoco tengo el eco de este beso
que te envío desde esta distancia que no deseo.
¡Qué voy hacer cuando te vea!
Que voy hacer cuando en un segundo
entienda el resplandor de tu iris.
Como voy a resolver esta espuma que me ocupa
y… como te voy a decir… no me mires.
No me mires.
me vas a volver todo del revés.
Y mis calles se van a quedar sin nombre.
Sin código postal y se van a quedar
sin volutas del oriente que debería orientarme.
No me mires.
Ignórame…
pero mírame, solo un segundo.
Y después llévate esa sensación y…
reclámame por las noches cuando tus manos
sean necesidad apremiante
y yo no esté por siempre jamás.