Me he convertido en armadura de piedra envuelta de papel.
En el veneno mortal que temen los inmortales
granizando algún recuerdo hecho de ceniza,
ceniza que no se disuelve ni sobre la bruma gravita.
Porque es la avidez de los ángeles
en contar los ladrillos sin dejarse ninguno.
Ladrillos en forma de memoria creciendo como pilares de dolosos pedestales
que evocan a la niebla de porvenires pasados.
De lunas infames que sonríen al silencio en forma de brillo en lo alto del cielo,
inmóviles ante la pena
y ante la tragedia que circunda el angustioso mundo
(de mi mente).
Las estrellas tampoco se dan cuenta
Que dentro de mí, el choque de todos los planetas implosiona.
Que el respirar se me vuelve amargo cuando el aire de pronto es hiedra.
Y lo contemplo.
Fijándome como intenta adentrarse sin dolerme.
Sin herirme como el sol hiere a la tierra.
Pero no lo consigue
El oxígeno ya es melancolía
Y la horas incansables son ahora de arena.
Me marcho,
o eso pretendo.
Volar hacia donde el tiempo no me encuentre.
Esconderme entre las margaritas de un febrero austero
Y alterar el caos del orden en los pasos que me alejan de ti.
De mi.
De la libertad del viento azul que muerden los pájaros con sus alas negras.
Entonces seré armadura de piedra sin ser de papel,
Y con la urgencia de ver mis manos arder,
Me convertiré sin duda en el veneno inmortal que persiguen los intrépidos mortales
que viven constantemente,
sin prisa.
en un invierno eterno.