Con la planta rayada,
la planta de los pies,
se tambaleaba
por las nubes
con trazos en la piel.
La piel que mudaba,
dos veces al mes,
permitiendo en la bajada
descender por simple placer.
Ya no se perdonan
las manos, las maletas,
ni en el viaje, ni en la meta.
Llega, de repente,
la mezcla homogénea,
y atraviesa la puerta,
la angustia obtenida,
por llegar a la tierra.