Llega un hombre decidido,
a Tebas espabilado,
así con su mal ceguera,
dícese ser engañado.
La esfinge lo amenazaba;
-¡A ver, resuelve mi enigma!
Edipo lo logra, gana.
Se queja la esfinge y marcha.
Aquel entra victorioso
y las gentes lo aclamaban.
-¡Nuestro nuevo rey! -Decían.
¡Y entre el barullo lo alzaban!
Díjose su gran riqueza,
y con Yocasta se casa.
Sin embargo, todos callan,
cuando Edipo se da cuenta
de una intriga no resuelta
que Tiresias le proclama.
Edipo observa con rabia;
-¿Quién hizo el asesinato?
Que mató al rey Layo el grande,
¡Y yo andando su camino!
-¡Buscad por toda la ciudad!
Así pasó mucho tiempo.
Y por más que busca y busca,
el misterio no está absuelto.
Mas llega el día esperado
por el destino trazado,
en que Edipo resolvía
el enigma encarcelado.
Él era el propio asesino,
a su propio padre mató.
Rey con su madre Yocasta,
y allí la burla esclavizó.
Con este mal panorama
de una verdad destapada,
Yocasta se ahorca en dolor,
y Edipo se castigaba
quitando su vista y color.
Al exilio lo conlleva,
cuya ceguera había ya.
No sólo de su sucia alma;
Sino también de vista mal.