El cielo va abandonando su color primigenio.
Los arreboles vespertinos van tiznando su
semblante en progresión aritmética.
Los cantos de los gorriones certifican la negrura
que se avecina inminente.
Vuelvo la espalda a las horas, me encamino al
lecho, que tibio me evoca, me seduce.
Me voy apagando de la mano plácida de la noche,
que de puntillas se retira a sus aposentos.