Aquella mujer era bella,
Pero ni siquiera
Era vulgarmente hermosa.
Lo que más resaltaba de su desgastada figura
Era su pelo enmarañado,
Sus senos nada protuberantes
Y la indescriptible pesadez de sus ojos.
Ojos que causaban increíbles dolores en el pecho,
Siempre punzante, ante la incertidumbre
De una mirada asesina.
Esa mujer no era linda,
No, para nada,
Pero era preciosa
Como las perlas del mar.
Una increíble protuberancia
Entre tantos diamantes brutos.
Se vestía de negro,
De blanco, de gris.
Le gustaban todos los colores
Y a la vez ninguno.
Me encantaba.
Era increíblemente parecida al cielo.
Me gustaba.
Estaba loco por esa chica,
Por sus días malos,
Por sus días buenos,
Por sus días grises
Y por sus días invisibles.
Porque así era,
Una hoja en blanco
Sin espacios para escribir.
Era mala,
Pero al mismo tiempo
Era caladas de calor infernal,
De ternura privada
Y de encuentros indecisos,
Para saber cual tono era más oscuro.