No es justo que el ser humano
desperdicie así su vida
con esa actitud suicida,
encontrándose, ya anciano,
que ha recogido los granos
pero no ha dado semilla.
La verdad es más sencilla.
El que debía florecer
no era el jardín: era él,
encontrando su costilla.
Pensaba en ese señor
y en su destino perverso.
Él creyó que el universo
se escondía en esa flor
mientras pasaba el amor
y el andaba distraído.
Pues pudiendo ser marido
eligió ser jardinero
y dejó en la tierra el cuero,
y la vida se le ha ido.
Pues la vida es una sola
y es justo que la vivamos,
si no la desperdiciamos
en rosales y amapolas.
Y cada quien la controla,
y traza el propio camino.
No hay cosa como el destino,
y esta es una historia vieja:
cada cual con su pareja.
Lo demás vale un comino.