Alberto Escobar

Stilla olei ardentis

 

 

 

 

 

 

No podía dejar de pensar en la hora de dormir.
Se tenía por una mujer que conoció varón, pero
no el que le gustaría.

Gozaba como nunca hubiera imaginado de ese
tacto invisible, desconocido, que le recorría
durante el sueño cada día, desde hacía tres.
Se anunciaba con una leve brisa que besaba
su rostro para después, con la tersura del visón,
recorrer en todo su largo cada anhelante poro de
su palpitante piel.

Fue un suceder ceremonioso que cesó en el
preciso instante en que abrió los ojos para saciar
su curiosidad. Entonces, como una ráfaga de mar
que agrede la cornisa marina, una visión de Eros
huyó como herido por la gota de aceite hirviendo
que vertiera, huelga decir sin intención, el deseo
de saber de esta encarnación de Psique que 
protagoniza este minúsculo cuento.