La profusión plena de su jardín
se perdió en la insignificancia,
víctima de la indiferencia de un niño de seis años,
en cuyos pasatiempos
no cabía tiempo para tal esplendor floral
Entraba a veces sin aviso en su paraíso,
en misiones clandestinas,
para librar sus árboles de su carga
de cerezas, manzanas o peras.
Había ocasiones,
cuando ella me invitaba a pasar
en su mundo botánico,
para ofrecerme sus dulces caseros,
pegajosos y empalagosos,
por el único hecho de haber sido el niño de al lado.
Ahora, su casa se quedó solitaria,
su jardín cayó en un sueño de descuido.
Un joven erizo ha hecho su lecho acogedor de invierno
dentro de las hojas muertas de otoño,
congeladas por la primera escarcha.
En vísperas de San Esteban
vuelvo a entrar en su jardín,
para buscar lo insólito del invierno,
y como si fuera hecho por algún truco
de un prestidigitador invisible,
lo encuentro,
medio escondido,
dentro de los brotes dormidos de frambuesas,
recién abrigados en blanco por la nieve de anoche
Con la timidez de una virgen
se revela una belleza hechicera.
Sonrío, y en silencio
le doy a la vecina las gracias
por su legado perenne,
la rosa de la Navidad