Afirmar
que hay vestigios perennes
de mi
en tu arquitectura de Dioses
quizá es invocar al ego
pero también
es invocar a la verdad
pues de tu paisaje
fui un peregrino
al que no se le imputó la restricción
me otorgaste una visa etérea
para hurgar en lo recóndito de lo invisible
allí, en prados de Dioses
mis labios y manos perdieron la cordura
haciendo de una aparente locura
la más grande de las elocuencias
pues un equilibrio descomunal
se reflejó por tus ojos
al cierre de la sublime liturgia
que para lograr consumarse
el universo tuvo que alinear
poco más de un millar de variables.