¡Oh fuego femenino!, ¡oh sol sembrado
en un surco de amor y que florece
desde de una centuria; en ti atardece
con pétalos de éter azulado!
Tus ojos son dos Piélagos que mojan
mis noches sostenidas en dos lunas
que parlan de algo etéreo y, ayunas
de azules frutos que de luz sonrojan.
Madera dócil, hecha en el altar
de mis besos. Allí, hay dos Marías
que lloran de amor todos los días,
que entre tu canto suelo vigilar.
Piedra intacta cuando airosa corres,
en tus pies se construyen los caminos
que rompen las espumas y los trinos,
tus labios son cual dos excelsas torres
donde habita tu amor inmarcesible
hecho mujer, ahora ya visible.
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David John Morales Arriola