Lo que en la vida cotidiana es una virtud puede ser un grave defecto en el mundo de las artes creativas. En el devenir diario a veces nos gloriamos de no cambiar, de no mudar en sentires, valores o conductas. En las artes amatorias y la poesía tiene mucho de amor y de pasión... la constancia en el estilo y el contenido es la muerte prematura, sobrevenida y precoz del acto creativo. Hasta el punto de que éste termina por ser una obsesiva repetición de esquemas prefijados. Aquellos poemas que algún día fueron recibidos con exitosa alegría por aquellos lectores que nos confiaron su apoyo terminaron por empobrecernos en su valor, pese a la buena disposición del lector que nos apoyó sobremanera con la mejor de sus intenciones, al desposeernos del gusto y el ensimismamiento que produce la búsqueda de lo auténtico en lo nuevo, pero que a fuerza de repetirse terminó por empobrecer el valor intangible de la austeridad de nuestra obra que por previsible... se volvió algo mecánica y desnudadamente insípida. Bendito sea aquel poeta que creó poco y bueno... en la intangibilidad de su unicidad.
He compuesto en mi vida más de mil quinientos poemas bajo diferentes estilos y directrices y aunque sé por experiencia que la vida es cambio, al igual que el ejercicio de crear... a veces pienso que estoy condenado a escribir lo mismo, hasta el día de mi deceso.
Ya sólo me glorío en el poema como recreación perfecta de aquello que se forjó en algún oscuro rincón de lo soñado, un día quizás ya vivido... en el intranquilo decamerón de lo absurdo, y descaradamente breve.