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Camino al trabajo con el paso lento
por las calles grises que pinta el invierno
como tantos días fui cruzando el pueblo
con el sol despierto, entibiando al viento.
Estaba en el banco de ajádas maderas
tendiendo su palma, por unas monedas.
Había en sus ojos ruegos de silencio
por tantas miradas en que hallo desprecio.
Al dar la limosna rozaron mis dedos
las alas de un ángel que bajo del cielo
y perdí la urgencia del trabajo serio
me quede en el banco, hurgando recuerdos.
Supe que la calle desde hacía un tiempo
le brindo el refugio que los ojos ciegos
de aquellos que miran rezándole al cielo
le fueron negando por ser pordiosero.
Montando en el viento su madre una tarde
se marchó entre lirios, sin color ni aliento
buscando a su padre que vino del monte
y murió en la villa, con sus sueños muertos.
Tiene la miseria tantas flores grises
como tantos hombres dicen que no existe.
Dos nietos nos trajo de su sangre ardiente
y dos que en la calle, recogió sonriente.