Tintinean de nuevo nubes y estrellas.
Salpican en luz los bosques y arroyos.
Ahora mismo debe nevar sobre Viena.
El muérdago desborda su cálido aroma.
Exhalan -los musgos- oraciones fragantes.
Y el agua en murmullo cristalino
se desborda en campanas de luz
y villancicos.
Un siempre grato hilillo de incienso
y una vela salida del alma,
crepitan -otra vez- en la humilde
penumbra del pesebre.
N O E L
Alegría íntima y sin par
cuando te saco
de entre tantas cosas del desván
y emerge también tu recuerdo
del desván de mis recuerdos,
de mi niñez cuando eras tanto
con tu decembrino encanto,
cuando me alimentaba con tu magia,
Noel, con tu misteriosa presencia;
aunque nunca supe por qué para mi eras,
quizá, un Papá Noel pobre,
mis regalos en la pequeña ventana
no eran como de otros niños,
grandiosos;
nunca lo entendí,
hasta cuando amaneció en mi vida
y ya no estabas más;
solo y para siempre en el baúl
de adornos del árbol
de cada año.
Así, furtivamente te digo ¡hola Noel!
¡hola papá Noel!, en cada Navidad…
hasta que un año no serán mis manos
las que te den la luz y te saluden;
será entonces que
entre una lágrima y una ausencia
-que los dos no explicaremos-
no nos veremos más.