Estoy mirando los grises que se guardan debajo de mi sombra, dentro de mi estómago siento los mordiscos de la musa,
me dice que me ahogo en una letra, y lloro en una palabra, y así estos versos son solo las manchas que dejo,
van cayendo como barro de mi zapatilla pequeños ápices de mí mismo y se van esparciendo y crecen lunas rojas al lado de los pelos de punta, y me deshago por un sí o un no.
A veces devasta la poesía, y crea mundos de gravedad al lado de tus ojos y me hace sentir un planeta arrastrado a tus espacios de eclipses y tiempos muertos, pareces la sombra de un mar embravecido con una tristeza en cada labio, tú que a veces te derrites naranja y a veces agua en mi espalda, flor y nube, selva y cielo, caída y levantada, hecha de cenizas y Pompeyas, de magma y estrella, de explosión, de distancia, tú que llevas treinta laberintos en cada brazo y una llave por cada dedo, tú que pareces subir por la escalera que crea el arcoíris y bajar por la otra parte como el que ha visto a dios, tu que haces alqíimias del barro que son los hombres, que llegas como un huracán para llevarse todo y quedarse nada, desházme las nubes y hazme creer que la lluvía son solo las espinas del cielo, dime a que huele el parnaso, o solo pasa, silenciosa, escondiendo que no escondes los miedos como todos los demás.
Estoy mirando en la cueva desde donde se ve la muerte de Sócrates, buscando el búho de Minerva entre los restos, estoy buscando la lira de Orfeo para rescatar a Eurídice, o simplemente mirando, buscando los pedazos de lo que soy entre los grises y los trozos de barro que han caído al suelo gris y frío de la realidad.