El palito de brochette me está mirando.
Lo tomo entre mis manos suavemente,
con los dedos balanceo equilibrando
la esencia de su ser ambivalente.
Son dos puntas de su cuerpo los extremos,
y al mirarlas se despierta un desafío:
¿cuál de ellas hará que disfrutemos
una ofrenda que haga de mi boca un río?
Un trocito de la carne mas jugosa,
insertada como de un torero el filo
se me ofrece, y cual musa fabulosa
a mi olfato enamora y deja en vilo.
Sin dudarlo su oponente en un descuido
traspasa con su punta otra textura,
y acercándose la ofrece a mi sentido
buscando que el placer sea locura.
Difícil decidirse a cual primero
dejaré que estimule mi apetito.
Y en frágil equilibrio con esmero
mantengo entre mis dedos el palito.
Alternando el gusto en sus aromas,
sintiendo a cada cual más placentero;
sin percatarme que el tiempo que me toma
marchita el palito, todo entero.
Descubro con tristeza y sin consuelo,
que el juego a dos puntas no es muy bueno.