Abandonar la piel
por una decisión
de respuesta cardíaca.
Baldear la memoria
de impresiones grises
con limón muriático.
Apilar los huesos
al borde de la cama,
juntarlos por color.
Encauzar los restos de esperma
al cesto de la basura.
Usar el filo del papel
para crear un tajo subterráneo
-estilo carnicero-
hasta surcar las venas
y girar la sangre;
porque resulta urgente
vaciarnos por zonas
empezando por la frente
hasta el dedo que golpea la mesita de luz,
-como si no fuera la primera vez-
despojarnos de cuajo
con las ideas recién limpias,
los huesos cepillados,
las venas bien vestidas.
Volvernos a decir de qué estamos hechos
-por ejemplo-
seis mil gramos de piel al vacío,
media horma de genes,
ninguna novedad.
Por lo pronto,
dejar de llenar el formulario para ser felices.