Nuestros besos incendiaron la flor,
que blanca por ausencia veleidosa,
ultrajo dentellado labio de amor,
enrojeciendo así la pura rosa.
Sigues al mirabel y floreciste
una aurora que no renace noche:
el incienso al quemar no ya temiste
quien poco recogiera sin derroche.
En ti así crecí la enredadera
usurpando latidos entre besos,
tomando todo sin llorada espera,
dejando solos mis deseos presos.
Carvó misma madera tu retrato
sanando tus heridas solitarias:
soy quien deseas pasionado rato
emanando caricias legendarias.