Hay veces en que la noche se ve
tan bella, tan perfecta, tan pura,
que uno se quiere poner a la altura,
sentirse merecedor de ese cielo estrellado,
no descombinar con el silencio inmaculado.
Y entonces uno respira profundo
mientras observa absorto la ventana,
y es inútil llenarse de brillos, vestirse de gala,
así que medio derrotados nos sentamos,
y con un olor a resignados optamos
por simplemente celebrar al presente,
escribiendo lo que dicta el corazón,
o recitando los versos que guardamos bajo el colchón.
De esa forma la belleza impregna nuestras palabras
y nos volvemos uno con la noche y sus pinceladas.