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EL LORO

GALILEO

 

El loro Galileo era un loro hablador pero además, inteligente y conocedor.

Y si es que tienen dueño los loros, este pertenecía a la dama Doña Pepa, que era la viuda  rica del pueblo.

La mujer y el avispado pajarraco se ensimismaban en charlas íntimas y prolongadas.

Y cuando la anciana le decía algún trabalenguas lo recordaba completo y sin errores. Y repetía cualquier cosa que dijera su dueña al pie de la letra.

Pero lamentablemente era como el loro del doctor Juvenal Urbino, de Cartagena, entrañable personaje de “El amor en tiempos del cólera”, que desde lo alto de las ramas repetía inconveniencias políticas en perjuicio de la pragmática “diplomacia” que exhibía el profesional.

Ya Alejandro el Magno en la antigüedad  había fascinado a Macedonia con estos pájaros habladores de la India de asombrosa calidad discursiva y fueron la apreciada novedad del mundo helénico.

Y Colon  llevó  a Castilla papagayos y loros de América para deleite de la corte católica y beneplácito de la reina Isabel, orgullosa del loro que repetía párrafos enteros de  la Summa Teológica.

 

Doña Pepa Urretavizcaya no era castellana, ni era reina, pero con la ubérrima generosidad de los estipendios que recibía de sus campos bonaerenses, heredados de nietos de patriotas principales,  era por demás generosa y además gustosa de los pájaros parlanchines.

Tenía un loro que a pesar de sus destemplados berrinches, entre puteada y puteada, el pajarraco, que no sabía de Tomas de Aquino, en algún momento de unción se mandaba con la vieja algunos rosarios completos.

Como la señora, era Católico, Apostólico, Romano.

Doña Pepa tenía debilidad por su loro y los sentimientos del pájaro eran recíprocos a los que provocaban  esa debilidad.

Galileo era muy sociable y comunicativo y la señora era sabedora de su sensibilidad, de su inteligencia y también de su debilidad, que era el licor de huevo, a lo que proveía la anciana profusamente y con toda simpatía.

Con esa bebida se producía una inusitada aceleración de la lengua del pájaro y una estentórea rapidez en su parloteo.

Visitaba a la opulenta dama un “novio” joven  que se las traía,  muy meticuloso y reservado  para  con la relación.

El nombre del festejante era Clemente Arisco.

Siendo hombre de respeto y de consulta en el pueblo y en la zona y de carismática personalidad,  al Doctor Clemente Arisco no le costó mucho pedir a su enamorada rica, un préstamo de importante suma.

Y después de dimes y diretes y de variadas charlas consiguió que fuera con los dólares en negro que la dama atesoraba.

Esto encendió una lamparita muy débil en la imaginación de la vieja.

¿Por qué habría insistido tanto Clemente en que la entrega se efectuara en esa plata negra?.

 Cuando la viuda le entregó al galán el maletín, por una especialísima consideración de mujer enamorada, lo hizo en forma muy reservada, y el doctor con actuado cinismo le entrego un recibo.

El documento, recién firmado por el hombre, estaría en la página  222 del libro “El Ser y la Nada”, pero no le informó, la vieja,  que el volumen  no se encontraría ahora en su lugar.

Cuando Arisco volvió subrepticiamente a la sala de la biblioteca en su busca, comprendió que había subestimado a su “novia”, pero ya  era  tarde.

Instintivamente, la mujer había tomado por resguardo, sus providencias, fuera de las cuestiones amorosas.

No imaginando el ocultamiento del recibo por la dama y absolutamente persuadido de recuperarlo, el hombre ya le había dado el toxico a Doña Pepa para evitar su denuncia.

Ahora era distinto. Clemente jamás se haría de ese recibo.

Y con el documento en poder de los investigadores habría una fuerte presunción.

Ya era un homicida en grado de tentativa y el veneno circulaba por las venas de Doña Pepa.

Arisco no tuvo mucho que pensar para imaginar la gravedad  de su situación y amenazando a la mujer con el fin de recuperar el papel firmado, tuvo una rotunda negativa.

Clemente Arisco empezó a imaginar el principio del fin.

La mujer tuvo su gran desengaño y por despechada supo lo que debía hacer.

Lo supo pero no pudo hacerlo ya que la conciencia se le fugaba por instantes.

Se iba rápidamente al mundo del olvido eterno y no hubo tiempo para teléfono fijo ni para celular y para una breve nota las manos ya no respondían.

La ponzoña cumplía con su malévolo  cometido ; la vieja imaginaba que su cabeza crecía desmesuradamente  y tenía sensación de levedad en todo su cuerpo.

La dosis ingerida le producía hormigueo en la boca que se extendía hacia la cara y la garganta.

 

Quizá a esta altura se habrá adivinado que se trata de la aconitina, un toxico letal menos conocido que el clásico y popular arsénico, pero igual de implacable en proporcionar el tránsito hacia el desconocido reino de Hades.

Mientras se moría, perdía la lucidez y en los escasos momentos que le quedaron, la vieja no dejó de repetir en voz alta para el loro Galileo…”Clemente Arisco hijo de puta, El ser y la Nada, pagina 222, en calefactor del living”.

Cuando intervino la policía, los detectives, los forenses, los inspectores y el Comisario Bastanchuri, escucharon reiteradamente al loro Galileo con su letanía.

Este pájaro parrandero parece que tiene algo que decir- dijo uno de los investigadores.

¡A esto le llamo yo un buen cuento de loros, le dijo el comisario al detective Valerga, cuando comenzó la indagatoria!.

Y yo también le llamo una curda se aquellas, respondio Valerga.

La fatalidad del ladrón fue no haber previsto la personalidad chismosa y correveidile del loro Galileo.

Este además sufría del síndrome de Gilles de la Tourette.

La señora Doña Pepa tenía profusa actuación social y se reunía con políticos, religiosos y líderes de distintas actividades.

 

El desubicado pajarraco, además de su síndrome, se ponía más hablador que de costumbre, ya pasado con el licor de huevo y según cuales fueran las visitas de la vieja, se lanzaba a una retahíla de palabrotas soeces y de calificativos terribles.

A todos, los insultos del loro le llegaban.

Ya fueran los personajes, de  las provincias alejadas o de la Capital Federal.

Me cago en los eventuales, me cago en los radicales; en los generales…Y para que ninguno se escape, lo cago y lo meo al Papa y a todos los cardenales…

Gorilas, zurdos, fachos y comunistas. Todos caían bajo los insultos del compulsivo loro Galileo. Ateos, católicos, budistas… Sean hombres o mujeres.

Chanchos burgueses, oligarcas hijos de puta, negros peronistas, corruptos y ladrones, curas mentirosos, viejas putas; eran apenas una muestra de su variado discurrir.

Fraudulentos, terroristas, represores, atorrantes y malparidos eran moneda corriente en sus discursivas agresiones a los visitantes.

Atorrantes, culos rotos, proxenetas y la madre puta que los pario, no eran expresiones ajenas a su repertorio.

Caían bosteros, cuervos, pinchas y diablos rojos.

 

Cuando los integrantes del Centro Sanmartiniano fueron recibidos por la señora, el loro tenía un día terrible y profería injurias pesadas sobre el Libertador…Puto, cornudo y espía de los ingleses.

La reunión de Doña Pepa con un grupo de oficiales de Aeronáutica donde algunos visitantes explicaban las desinteligencias que normalmente puede haber en ese tipo de operaciones, produjo una reacción inusitada de Galileo. En este caso la guerra de Malvinas, en palabras de pilotos retirados.

Como puede haber desinteligencia donde jamás hubo inteligencia?, putos, inútiles y la concha que los pario.

La visita de los gremialistas encendió la cólera del agresivo loro y fueron objeto de sus “lindezas”…Corruptos y coimeros…ojala les salga un cáncer en la concha, requeté hijos de puta.

El doctor Clemente Arisco se alarmo cuando se enteró del conocimiento del loro de su pedido a la viuda rica.

Después de la muerte de la vieja envenenada, recién se enteró el doctor Arisco  de lo que el loro sabia, y el galán sufrió una profunda angustia.

El detective Arboledas decía que pocas veces había visto una curda como aquella, cuando el loro repetía incansablemente…La plata la tiene Arisco…La plata la tiene Arisco.

Si bien esto no era una prueba, el doctor Don Clemente Arisco ya estaba herido en el ala y sucumbió ante el buen interrogador.

El licor de huevo y el mal de Gilles de la Tourette  del loro Galileo finalmente lo perderían al doctor.

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