Soy esclavo de lo que sembré en un tiempo
Y lo digo con aflicción de espíritu,
Tengo amargura y soledad como mi pasatiempo,
Y esperanza muy poca de encontrar tu ímpetu.
No tengo riquezas para darte sustento
Y mi fuerza se forja en la que no es mía,
El Señor de la Gloria me hace avanzar lento,
Para moldear en mi vida toda su poesía.
Te miro a los ojos y mis manos tiemblan,
Mi corazón desfallece y se pone contento,
Te amo en silencio, y en mi mente se siembra,
Que tu beso perfecto me quitara el aliento.
Que quitara tu abrazo las nostalgias antiguas,
Que matara amarguras tu caricia sincera,
Que olvidara mi mente esperanzas ambiguas,
Y que fuéramos uno, de eterna primavera.
Que fuéramos al monte, llamado De los Olivos
Y que estuviéramos siempre delante de Su presencia.
Que libráramos juntos a los que están cautivos,
Y levantemos caídos hablando de su esencia:
Que el Reino de los Cielos se ha acercado,
Y Que cualquiera puede encontrar su clemencia,
Que perdona al arrepentido, de todos sus pecados,
Y que cambia corazones hacia una nueva conciencia.
Que el Espíritu Santo es quien les santifica,
Y que cambia por completo, en personas nuevas.
Decirles: Que el Señor de Señores es quien se glorifica,
Libertad y nueva vida, para que tú te muevas.
Que seamos unidos, reparador de portillos,
Y levantemos juntos asolamientos primeros,
Que elijamos luego los mejores anillos,
Y siempre unidos nos forje, nuestro fiel alfarero.
Josué Ortega