¡Oh! Señor:
Arráncame de esta vida, un trozo de amor al corazón,
un bocado de pan del alma
para mitigar
los negros bornes de la indolencia,
de la miseria,
de la violencia;
de esos gritos del silencio, del palpitante vientre,
del escalpelo que asesinar la andorga...
Y devolver las esperanzas del niño suplicante
en la ruindad de su piel hecha jirones
¡Piedad!;
y que llorar silencios, remordimientos, y sollozos
la madre franca, frente al Cristo blanco,
¡El Dioshombre realizado!
el que vencer al estilete de la muerte
y burlar al Hades de los gusanos ruines;
cubre, Señor, en tu misericordia celeste
en la lóbrega sombra del espanto vil
al cruel dolor,
a refugiarse vaya entre los cascajos de la tumba
y no volver jamás...
¡Que vengan, con pan y vino,
desde los rincones de la tierra, y del infinito
a la célebre cena del Señor, con los hombres
hincados de rodillas y brindar por la vida ¡oh, mi Dios!
...y escondernos en el manto de la muerte ¡ya no más!
Llevanos, Señor, señor del rústico madero,
con tu canto tierno entre la brisa
hasta los llanos y a los montes;
aprisa huya, filuda espada y ensangrentada,
huya para siempre a esconderse
en fragancia de magnolia excelsa
entre el abismo del olvido converso, y, así,
¡Oh, vuelvan de sus destierros, fantasmas que dormitan!
¡vuelvan!
¡Que vuelva la bonanza y más amor!
Que vuelva el emblema de la paz a marcar las frentes
a ofrecernos sin piedad sus néctares celestes
en este suelo ensangrentado de impiedades
y Ángelus sumergido en la mudez.
¡Ofrecernos sin piedad!
Un canto de amor y de amistad
flama que calcine cautiverios de iniquidad,
fuego arrasador de la maldad,
y espantar la huesa las partículas del dolor
que marcháranse al frío sepulcro,
las cenizas
expulsadas para siempre
en la negra oscuridad!
Autor: Santos Castro Checa
MallaresPerù
Derechos reservados