A Nicolás Guillén
Para desaparecer el desierto sobre la lengua
encontraré palabras para inventar el pozo,
alimentaré la sed de otros modos:
quiero llegar hasta el cigarrillo,
hasta el vaso,
hasta el agua
donde mis manos abracen algo,
donde un manantial se una a la arena,
donde una mujer vuelva de mi mano,
oír arrastrar sus pies desde la ventana,
verla partir y regresar,
poner los platos sobre la mesa,
murmurárle al oído,
precipitarnos sobre la cama,
apagar el televisor para parírnos un hijo,
desangrárnos de amor.
Nada de ese anhelo fue realmente cierto,
quizás con la primavera llegaría
para bastarme de su sonrisa
y de un segundo sobre sus labios.
Lo diré de otro modo:
Pondré todo en el cesto de basura,
romperé el vaso para desparramar el agua,
quebraré la ventana sobre mis ojos,
encenderé el televisor para oír ruido
hasta desangrar de soledad.
Volveré a sacar todo del cesto de basura:
hoy que los días desgracian
poniendo las manos sobre escrituras
en esquelas sin ningún nombre.
Colocaré vestidos al espejo
para amarla patológicamente,
para amar su cuerpo quebradizo
y el reflejo desaparecido de su rostro.
El viento barre hojas muertas
en las avenidas de los árboles azules
donde cae el nido de los sueños.
Descubro su figura destiñéndose en el tendedero,
me compro unos metros rehilados de olvido.
El televisor se ha descompuesto,
me falta uno de los platos,
el vaso roto sigue hiriendo
se derrama, se está secando,
no quedan gotas en su tallo.
Los eludíos también han florecido,
les cultivo para evitarle,
para no recordar,
preparo con sus flores infusiones que me sanen.
Como pueden llegar hasta el jardín las hojas de los árboles azules,
existiendo tan lejanos
con la misma fuerza con la que llegan los recuerdos,
pensar en un hijo, ahora que se encorvan las ramas.