Fue mi compañera de colegio más fiel.
La que siempre supe
estaría conmigo
al final de cualquier camino.
La que regaba mis días difíciles
con el refrescante agua
de su inapelable presencia.
Lástima,
nadie más quería jugar con ella.
Fue mi amiga más sincera.
La que me decía
que tenía que hacer
para vivir más años.
La que podía despertar
a cualquier hora
y contarle mis problemas,
pues sola vivía
y atenta era como ninguna.
Fue mi amante más sincera.
La que nunca dejó de amar
mi carne y mi alma
por más magulladas que estuviesen.
La que me ofreció alegría
a manos llenas
pidiendo a cambio nada.
Lástima,
nadie más se atrevió a amarla.
Fue mi esposa más comprensiva.
La que perdonaba mis faltas
si sentía mi corazón
apenado por ellas.
Quien en la vejez y enfermedad
me consoló siempre.
En mis últimos días,
su mano sobre la mía,
recordaba nuestra unión,
fuerte como roca
bella como retoño de planta.
Cuando me enterraron
sentí un frío aterrador.
Pronto descubrí
que en mi nueva vida
ya la muerte no me acompañaba.